Desde la infancia, el ser humano se siente angustiado por un miedo que le perseguirá posiblemente el resto de su vida: la muerte. El fin de la vida, del mundo que conocemos y de la realidad que nos rodea, es un miedo y una inseguridad que asfixia a la humanidad desde que es consciente de él. La pérdida de los seres queridos, de los bienes materiales, de los recuerdos, ... en definitiva la pérdida de la vida, entristecen y apenan a las personas porque se sienten impotentes ante un hecho evidente, que más tarde o más temprano acabará apartándoles del mundo en el que siempre han vivido.
Pero ¿qué ocurre después?. Ante esta situación la humanidad ha desarrollado dos posturas: la que adopta una persona creyente o la que adopta una persona atea.
La primera postura asegura la existencia de una vida que comienza tras la muerte. Esta postura puede tener diferentes interpretaciones en función de la religión en cuestión, pero todas suelen coincidir en un estado de paz y bienestar junto a Dios, tras una vida de esfuerzo e interés al prójimo. La religión asegura que el hombre será inmensamente feliz en la otra vida, por ello los creyentes no tienen miedo a la muerte, pues la consideran como el medio de paso de una vida a la otra. En oposición con esta postura se encuentra la del ateo, que niega la existencia de Dios y de esa nueva vida. Para el ateo no existe una explicación lógica que demuestre el pensamiento religioso, ya que la religión se basa en la fé y no en la comprovación o los hechos para explicar su verdad. Precisamente a causa de la inexisencia de pruevas palpables a los ojos del no creyente, éste acaba negando la existencia de Dios y de esa nueva vida. Este punto de vista afirma que la vida de una persona acaba con la muerte. Tras este hecho se produce la desaparición de su cuerpo y su alma para siempre.
Comentdo por Blanca
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